Antes de entrar en materia con respecto al desconocido género utópico, me gustaría plantear algo que en su día hice a través de mis redes sociales:
¿POR QUÉ LEEMOS LO QUE LEEMOS?
Me refiero concretamente a literatura de ficción, aunque también serviría como espectadores para el cine y las series. En teoría la respuesta podría ser que leemos sobre personajes con vidas que nos son muy distintas o por el contrario sobre vidas de personajes que nos interesan. Sin embargo, hay muchísima literatura, y cine, y series sobre detectives y policías, y yo no conozco a tanta gente a la que le interese tanto los cuerpos policiales frente, por ejemplo, a la vida de un astronauta, ¿por qué no hay más ficción sobre astronautas entonces? si es por el morbo del asesinato o por el misterio se podrían meter en la trama igualmente. O, ya que a tanta gente le flipa el futbol, ¿por qué no hay más pelis sobre futbolistas?, porque si la lógica es que la gente prefiere la realidad de un partido de futbol y la vida de un futbolista que su ficción, también preferirían las páginas de sucesos frente a ciertas novelas o pelis…
La escritura tiene la capacidad de aunar mundos estancos, de acercarnos lo desconocido y de ayudarnos a comprender los nexos de unión. Pero lo cierto es que tenemos creados vínculos emocionales con lo ya visto o leído, lo que nos ha marcado o a lo que simplemente estamos acostumbrados, y esos vínculos actúan como referencias a la hora de escoger lo que vamos a leer o a ver.
Y, ¿por qué hablo de esto? pues porque esto no solo nos influye como lectores o espectadores, también como escritores. Esta relación entre, por ejemplo, cognición y temáticas, este plegarse a nuestras referencias sin permitirnos explorar más allá de ellas, es una traba a la autenticidad.
Se pueden crear y consolidar nuevos géneros y generalmente comienzan siendo subgéneros. En el caso de la literatura utópica todo se complica aún más porque tienen otros condicionantes adicionales.
UTOPÍA VS DISTOPÍA
Parece que excepto el libro de Tomas Moro, «Utopía» y alguno más, no existen demasiadas referencias significativas y por tanto no tiene una entidad como tal a diferencia de la distopía o antiutopía, que si aparece en muchas obras y subgéneros de ficción.
¿Por qué somos más propensos a la distopía que a la utopía?
- Por un lado porque la distopía constituye una necesaria reflexión acerca de dónde nos lleva el camino por el que vamos como sociedad humana.
- También responde a una indefensión aprendida, a una marcada tendencia pesimista centrada en la desconfianza en el ser humano y su naturaleza, y por extensión, en el ejercicio del poder, que desde el arte engrosamos y estimulamos con simbolismos cuanto más desagradables y satánicos mejor.
- Pero sobre todo esconde una tendencia a la inamovilidad. Es más fácil abandonarse a nihilismo descontrolado y mal entendido, a la normatividad burocratizada y al pesimismo, que responsabilizarse de lo que supondría construir la utopía y generar cambios. En definitiva, es más fácil rebozarse en el fango de la antiutopía y utilizarla como excusa para justificar la inamovilidad a todos lo niveles.
- Por otro lado, está la exasperante tendencia que tenemos los seres humanos a buscar referencias inmediatas, simplificadas y polarizadas en vez de tolerar la incertidumbre que supone generar nuevas referencias (nuevamente aplicado al inicio del texto).
- También afectan las proyecciones religiosas y pseudo-espirituales de una sociedad perfecta sometida a una moral puritana. Es decir, hay una asociación consciente o inconsciente que relaciona la utopía con la censura moral, y que tiene una parte de verdad.
- Y es que, en relación a lo anterior, en el otro extremo también existe una insoportable tendencia a un positivismo excesivo que en realidad esconde una evasión al dolor, a una constante e idílica proyección futura, a lanzarse a la utopía pero desde el simplismo y lo naif, en vez de abordar la complejidad, en vez de transitar por la realidad y partir de esta, dar pequeños y a veces imperceptibles pasos hacia el cambio. Y a ser posible que estos salgan de uno mismo en lugar de estar en exigencia constante hacia esa abstracta entidad que entendemos como sociedad.
LITERATURA UTÓPICA
Digamos que la literatura utópica describe y explora una posibilidad, un «lo que podría ser», con su cuota de probabilidad, y dado que alguien lo ha pensado eso la convierte es posible en algún lugar, aunque sea en la imaginación, aunque fuese en uno de los posibles universos paralelos… pero tal vez tenga algo o mucho de rescatable. El hecho de que alguien recree esa posibilidad la convierte en potencia, y dado que esa persona tal vez le habrá dedicado tiempo a construirla minuciosamente, démosle un chance al menos.
¿Y por qué hoy escribo todo esto? pues por la libertad creativa, son los peligros de hacer uso de la libertad creativa. Y, ¿qué tiene que ver? pues en mi caso mucho. Resulta que uno a veces se mete en un proyecto personal y se mete tanto que se pone a hacer y no sabe qué está haciendo realmente hasta pasado el tiempo, mucho tiempo.
Eso me ha ocurrido a mi escribiendo «Velocismo«. He escrito un libro de motos que no es un libro de motos. Me ha costado 400 paginas y varios años desde que lo publiqué darme cuenta de lo que realmente había hecho, lo que realmente he creado, lo supone Velocismo libro, el lugar, las coordenadas donde se encuentra situada la obra: literatura utópica
Cuando haces uso de la libertad creativa en un sentido amplio, cuando no te adscribes a las normas literarias clásicas, ni al uso de las normas de funcionamiento de los géneros o subgéneros, el resultado puede sorprenderte, junto con toda la inseguridad que eso genera. Con ello corres el gran riesgo de que tu obra sea inteligible, pero ese es otro tema.
VELOCISMO LIBRO
Es una obra a la que me costó mucho clasificar (y en este mundo de tendencia a lo estanco y de etiquetas, en según que contextos es clave). Es un retrato «psicologísta» que huye de la simplificación, el moralismo y lo ñoño pero pone en el centro de la narrativa la exploración de superhombre de Nietzsche y todo ello en medio del contexto de una carrera de motociclismo. Con fieles descripciones de lo que ocurre en el mundial de MotoGP, pero con una perspectiva ligeramente sesgada con respecto al protagonista, no hacia lo que es, sino hacia lo que podría ser.
También trata sobre un equilibrio que existe en la naturaleza, pero que en la sociedad humana es más difícil de encontrar de forma espontánea: competencia y colaboración. Por ejemplo, tolerar que el otro sea mejor en algo sin hundirte pero no para enfangarte en la mediocridad, sino para aprender a distinguir el sutil matiz de: cuando uno no se permite explorar el potencial propio y destacar VS cuando uno está en estado de autoexigencia.
Por último, también ahonda en la errónea idea que se tiene con respecto a la rebeldía. Uno no necesariamente es rebelde por quejarse de lo que no le gusta, uno lo es cuando no colabora con aquello con lo que no comulga, por muy complicado que esto sea, por muy a contracorriente que uno vaya en su vida privada también.
En definitiva, escribir es una buena forma de explorar la manera de ir cambiando el mundo (o al menos de intentarlo) y Velocismo es un libro arriesgado, apto solo para mentes abiertas e inquietas.