Seguro que hay gente a patadas que habrá escrito sobre este asunto y sobre sus propias experiencias, pero salvo Cartas a un joven poeta de Rilke no tengo nada a mano, así que me he fabricado yo misma esta especie de refugio al que volver cuando me entren los demonios y las angustias, y que comparto por si a alguien le sirve para algo. Desde que comencé a escribir, o mejor dicho desde que empecé a valorar siquiera la escritura como herramienta que me ayudase a ganarme la vida, se abrió de lleno la puerta a una guerra de voces contrapuestas entre las que aún hoy día tengo que aprender a lidiar.
Por un lado, ese discurso parental bien intencionado de aquel que te dice que tu vida laboral es absolutamente precaria, que ya eres demasiado mayor para todo en general y que vas de cabeza a la hecatombe en tu jubilación. Y de alguna manera describe parte de tu realidad, pero con grandes matices que la diferencian. Lo que te genera es vivir en la vergüenza de pasarte no ya las horas, sino la vida entera escribiendo para no solo no ganar dinero, sino para seguir perdiéndolo: tu saldo de inversión es negativo, te estás comiendo tus libros con patatas y tus ahorros (si es que los tienes) son limitados.
Por otro lado, el imperialismo del pensamiento positivo y la pseudoespiritualidad de redes sociales con sus excelsas formulaciones que vienen a decirte que si no lo estás petando es porque no lo intentas lo suficiente («si quieres, puedes«), porque no crees en ti misma suficientemente (no estás empoderada o no sueñas a lo grande) o porque el universo tiene mejores cosas reservadas para ti… y, entiéndase, yo no pretendo cuestionar ni las creencias ni la forma de ver el mundo de nadie, ni la utilidad o la parte de verdad que estas puedan o no tener, sino que pretendo acoger a todas aquellas personas que, como yo, lejos de aliviarse con dichas formulaciones simplistas, generalistas y, por tanto, no adaptadas al contexto personalles hacen sentirse miserables, frustradas e insignificantes.
Solo uno mismo (bueno, o con ayuda de buenos terapeutas), mediante la honestidad y la valentía, puede saber: si está buscando excusas, si le paraliza el miedo o alguna otra emoción, si le bloquean conflictos internos, si ha caído en el victimismo y solo se fija en las dificultades, si solo está postergando porque de verdad hay otras cuestiones prioritarias que solventar, si le están afectando experiencias pasadas, si es que no sabe manejarse con las circunstancias adversas tanto puntuales como coyunturales, hacerle frente a las condiciones materiales (que existen, no son una falacia), si no sabe por dónde tirar, cómo hacer las cosas y/o no ha dado con las herramientas adecuadas, si no sabe si sirve para esto, si tiene talento, si lo suyo es otra cosa, si no es capaz de darle forma a su supuesto potencial personal… u otros condicionantes, o todo junto con distintas intensidades… Vamos, lo que viene siendo el meollo de la psicología humana.
Entonces, como uno no puede pasar por encima e ignorar sus miedos, presiones, conflictos y contradicciones, sino que necesita conocerlos y reconciliarse con ellos para que no le condicionen o paralicen, he escrito este artículo a modo de listado de las cosas de las que no debo olvidarme:
-Para mí la escritura parte de una necesidad existencial de crear, de expresar, más bien, y de una potencialidad interna, no de sueños, ilusiones o fantasías. Para mí la escritura es pasión, honestidad y entrega. Tener claro que es una necesidad existencial genuina y muy fuerte ayuda a establecer y reestructurar prioridades, a reinterpretar e ir amoldando mi vida poco a poco a dicha necesidad existencial, y a brindarle las oportunidades necesarias a esa potencialidad. De este modo no se me desvía la atención ni se me resquebraja la fuerza a diferencia de si lo planteo en términos de deseos, sueños, objetivos… y todo ese palabrerío biensonante y pomposo que me afecta emocionalmente, y que me genera mucha frustración e impaciencia o picos de euforia cuando sueñas con la supuesta recompensa.
-No es necesario ganarse la vida con ello, es necesario escribir y punto. Y a la vez ganarse la vida, incluso ganársela muy bien, incluso morir de éxito, no tiene nada de malo, no nos creemos un conflicto con esto en ninguno de los sentidos. Y para ello lo mejor es no ponerlo en el centro de atención: vivir de ello, que la escritura sea un complemento, una afición, una terapia… es personal y todo puede ser igualmente válido.
-Es importante escribir para uno en primer término, permitirse libertad creativa total y encontrar en la escritura un lugar íntimo y de placer, un lugar seguro en el que restaurarse. Perder el punto de placer asociado genera bloqueos y muchas veces proviene del «escribir para otros», «escribir para mostrar», «escribir como forma de salir al mundo» o «escribir para el mundo» y no para nosotros mismos. Mostrar o no nuestros escritos, compartirlos, es otra fase posterior. En general, libertad creativa suele estar reñida con circunscribirse a comparaciones, referencias externas y a los gustos de los otros. Es decir, no es lo mismo sentarte a escribir lo que te sale, te apetece, te resulta necesario, lo que quieres transmitir o lo que te gustaría leer que lo que supones que le va a gustar al público al que te quieres dirigir o al público en general. La primera fase es la de volcar y elaborar nuestro proyecto con libertad absoluta. Y esta libertad también implica permitir que las referencias e ideas iniciales vayan cogiendo forma y se vayan transformando al interactuar entre ellas.
-Es normal y necesario dudar y perderse. También lo es hacer autocrítica. Una sana autocrítica firme y asertiva nos ayuda a intentar no seguir sembrando el mundo de basura cultural, nos ayuda a tratar de acogernos a la calidad, a huir de la mediocridad. Uno tiene que confiar en la intención, experiencia y la potencialidad de lo que tiene entre manos, pero no colaborar con una calidad mediocre que muchas veces se genera por oportunismo, por prisa, por cumplir plazos de entrega…
-Pero cuidado con confundir autocrítica con la búsqueda obsesiva de la perfección, con flagelarse, auto-exigirse, boicotearse y dramatizar o ser duros con nosotros mismos cuando encontremos las debilidades de nuestros textos. Diferenciar la fina línea que separa el perfeccionismo del saber ver los errores y las debilidades es la clave para tener claro, por ejemplo, cuándo parar, cuándo dar por terminada la obra y evitar así las correcciones infinitas.
-Muchas veces la presión está en la diferencia entre pretender escribir LA obra, o UNA obra, LA novela o UNA novela (en mi libro Velocismo trato este tema, el cómo les afecta a los personajes diferenciar o no entre ser EL piloto y UN piloto). Es decir, con nuestra obsesión con la universalidad, con ser o hacer cosas universales, que gusten de forma universal o a cuanta mayor número de gente mejor.
-Y es que es muy necesario tener autoestima y amor propio, pero no hay que confundir con la falta de humildad. Creernos por encima de los demás aumenta el nivel de auto-exigencia hacia cotas innecesariamente elevadas por tratar de desmarcarnos a toda costa de la mediocridad con la que asociamos al otro.
-Este propósito de generar la máxima calidad pasa a veces también por un intento de máxima calidad interna, de dar todo lo que uno tiene dentro, y eso es un ejercicio de entrega y de paciencia brutal, y es que escribir es un ejercicio de entrega y paciencia.La prisa en el proceso de creación es un freno que genera ansiedad y, aunque suene fácil de decir y complicado de llevar a cabo, hay que aprender a disfrutar el proceso, a centrarse en este. El proceso es camino y es fin en sí mismo y mientras este dure también constituye una realidad.
-Desde fuera, es decir, desde el desconocimiento, la escritura se ve de forma romántica e idealizada, pero a veces es una realidad dura en el sentido de que uno tiene que estar muy seguro de lo que se hace, para qué lo hace y cómo lo hace, porque requiere disciplina (no confundir con forzarse) y soledad. La escritura es un proceso solitario que a veces necesita de aislamiento y que roba tiempo a otros aspectos de tu vida. Vivimos en una sociedad hedonista, amigos, y a veces nadie entiende tu renuncia más o menos temporal a cosas habituales como la interacción social en toda su amplitud, y ya ni te cuento en el aspecto romántico, sexual o familiar. Tal vez a los ojos de los otros tengas algún tipo de problema o incapacidad (que también podría haber algo de eso).
A veces te creas un micro-mundo que, si te descuidas, se puede convertir en una atmósfera asfixiante, con conversaciones en torno a tu obra, estado de ánimo relacionado con esta… Por momentos te crees que eso es la realidad y tu vida entera, y que te mueres sin ello, que no hay nada más fuera… Sientes obsesión con lo que te inspira, con tus procesos internos… Necesitas atención para no caer en esta, en la obsesión. Con facilidad llega un momento en que te saturas de ti, y no puedes olvidarte de cuidarte o de vivir… No puedes olvidarte de ti, y de tu vida. Por tanto, la escritura es pasión pero también desapego a partes iguales, y es necesario trabajo personal para que esta pasión no se convierta en obsesión y para aprender a tomarte lo que ocurra de forma no tan cargada y densa, no tan personal: no soy mi novela, no soy lo que escribo, puedo separarme de ella. De hecho, suele ocurrir que, cuanto más cerca uno está de terminar la obra, aumenta la sensación de que ya no te pertenece, de que eres algo así como su instrumento.
-También son normales los momentos de hastío y debilidad, de quedarse sin fuerza, incluso de aborrecer tu obra. No te castigues cuando aparezcan, simplemente deja que pasen, o sigue escribiendo, o selecciona las tareas mas adecuadas para esos momentos o tómate un descanso.
En definitiva y como conclusión, la escritura, igual que la vida, a veces es un camino lleno de piedras con las que vas tropezando casi a diario, pero aun así, aunque el viaje te vaya dejando magullado, aunque cueste sostener en el tiempo las dificultades y encontrar el equilibrio entre perseverar y reinventarse, el viaje no solo merece la pena por el paisaje, sino por el camino, por el propio proceso en sí.
Y hasta aquí la primera parte, hasta aquí lo referente al proceso de creación, lo referente a la intimidad, al espacio íntimo que supone la escritura. Luego vendrá el salir al mundo, que tiene su aquel, su meollo, su complicación.